A Juan José Ignacio Colodro
El convoy del metro se paró de
pronto entre dos estaciones. El vagón experimentó una fuerte sacudida y varios
pasajeros cayeron al suelo entre gritos y empujones, que dieron paso al pánico generalizado. Por
megafonía se informó que se trataba de una avería puntual, que sería reparada
de inmediato. Ello pareció devolver la calma al pasaje y, quizás, para
acabar de serenar el ambiente, una mujer empezó
a cantar “O mio babbino caro”, de Puccini, una aria de ópera no del todo desconocida
para la mayoría de los presentes. Su voz llegaba a todos los rincones del
vagón, poniendo a prueba la estanqueidad de aquel receptáculo. Y aunque nadie
entendía un carajo de lo que decía (cantaba en italiano) todos estaban pendientes
de aquellos trinos tan bien entonados, que acariciaban el oído con una familiaridad
incontestable. Pero también provocaban una secreta, casi perversa sensación de
envidia; por cuanto nadie allí era capaz de cantar algo así con un mínimo de
decoro. Por ello, cuando finalmente el convoy reanudó su marcha, los suspiros
de alivio restaron intensidad a los merecidos aplausos que, en señal de agradecimiento, recibió la
improvisada cantante.
Me recuerdas aquellos versos de Gloria Fuertes: "... en este juego de cartas que es la vida / gana el que más sonrisas ponga sobre el tapete".
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues aquí estamos, jugando esa partida con lo que tenemos a mano. Gracias por tu aliento, José Antonio.
ResponderEliminarPara muchos, a veces, es necesario sentir "la estanqueidad" para valorar la puesta en marcha hacia donde fueran...igual y les ha dado tiempo para dudar de adonde se durigian....jajaja.
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