sábado, 1 de diciembre de 2018

LA ANTIGÜEDAD


En homenaje a David Lynch

En el escaparate de la tienda de antigüedades había un solo mueble: una cómoda de estilo victoriano, seguramente de mediados del siglo XIX, en madera de caoba con incrustaciones en hueso. Pensé que quedaría bien en el dormitorio, al que daría un toque clásico elegante en contraste con la informalidad del entorno. Cuando entré a preguntar su precio, un anciano me explicó que era una pieza exclusiva, propiedad de un rico barón inglés, que tuvo que subastar sus bienes para pagar a un buen abogado que lo defendiera en un juicio por asesinato. También averigüé en qué cajón guardaba el arma del crimen y que la víctima fue la esposa infiel del barón, quien al final fue declarado culpable y condenado a morir en la horca.

Satisfecho con la explicación, me hice con aquella costosa y exótica reliquia, convencido de que también le gustaría a mi mujer. Pero hoy, al pasar de nuevo frente a la tienda, he visto el escaparate ocupado por un mueble de idénticas características. Con evidente disgusto, he entrado a preguntar su precio. Me ha atendido una chica joven, de incontestable belleza, de la que me he enamorado al instante.

2 comentarios:

  1. Qué cuidado hay que llevar para que no nos den antigüedad por liebre, y hasta a las antigüedades nos es dado enamorarnos perdidamente.

    Un abrazo.

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  2. Bien observado, José Antonio. O visto desde el otro lado del escaparate, quiso el azar que se cumpliera el destino. Gracias por tu visita. Un abrazo.

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