En homenaje a David Lynch
En el escaparate de la tienda de antigüedades había un solo mueble: una cómoda
de estilo victoriano, seguramente de mediados del siglo XIX, en madera de caoba
con incrustaciones en hueso. Pensé que quedaría bien en el dormitorio, al que daría
un toque clásico elegante en contraste con la informalidad del entorno. Cuando
entré a preguntar su precio, un anciano me explicó que era una pieza exclusiva,
propiedad de un rico barón inglés, que tuvo que subastar sus bienes para pagar
a un buen abogado que lo defendiera en un juicio por asesinato. También averigüé
en qué cajón guardaba el arma del crimen y que la víctima fue la esposa infiel del
barón, quien al final fue declarado culpable y condenado a morir en la horca.
Satisfecho con la explicación, me hice con aquella costosa y exótica reliquia,
convencido de que también le gustaría a mi mujer. Pero hoy, al pasar de nuevo
frente a la tienda, he visto el escaparate ocupado por un mueble de idénticas
características. Con evidente disgusto, he entrado a preguntar su precio. Me ha
atendido una chica joven, de incontestable belleza, de la que me he enamorado
al instante.
Qué cuidado hay que llevar para que no nos den antigüedad por liebre, y hasta a las antigüedades nos es dado enamorarnos perdidamente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bien observado, José Antonio. O visto desde el otro lado del escaparate, quiso el azar que se cumpliera el destino. Gracias por tu visita. Un abrazo.
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