Cuando murió el párroco de la pequeña
comunidad rural (un hombre esquivo y taciturno a pesar de su misión), sus
escasas pertenencias se repartieron siguiendo un criterio marcado por el sentido
común. De sus objetos personales se hizo cargo el ama de llaves, mientras que su
pequeña -aunque selecta- librería quedó depositada en la biblioteca municipal.
La formaban sobre todo libros que habría recibido en señal de agradecimiento por
su labor pastoral, conservados seguramente por razones afectivas y de cortesía.
Muchos de ellos con su respectiva dedicatoria, circunstancia esta que
dejó a la vista de todos el curioso círculo de tales amistades. Llamaban la
atención las novelas románticas, abundantes en la colección, porque mostraban en
su primera página mensajes explícitos de trazo femenino, que delataban cierta
relación de complicidad con el texto en cuestión, y con ello abrían la puerta a
todo tipo de especulaciones. Así fue como los vecinos de aquella pequeña
comunidad rural, tanto los creyentes como los que nunca iban a misa, desarrollaron
por igual un fecundo, insobornable interés por la lectura.
Finalista mensual en el VIII concurso
de microrrelatos de la Microbiblioteca de Barberà del Vallès – noviembre de
1018
Molt bo Pere
ResponderEliminarLos caminos para llegar a la lectura son inescrutables, amigo mío.
ResponderEliminarUn abrazo.
Todo ayuda, José Antonio. Gracias por leerme. Abrazos.
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