Mientras esperaba que lo
ejecutaran, el preso alojado en el corredor de la muerte sufrió un infarto del
que tuvo que ser asistido sin la menor dilación. El equipo médico que se
disponía a aplicarle la inyección letal, y que después debía certificar su
defunción, se hizo cargo de la emergencia en la propia camilla prevista para el
caso. Al otro lado del cristal, aguardando la respuesta del gobernador a la
última petición de indulto, el director del centro penitenciario no se separó
ni un instante del teléfono móvil, pendiente por igual de la llamada que podía
decidir la suerte del recluso, como de su incierta recuperación. Y una tensión similar
pudo verse en las caras de las personas que habían venido a presenciar la aplicación
de la pena capital, fueran o no partidarias de la misma. Al cabo de unos
minutos, con el reo estabilizado y fuera de peligro, todos comentaban que -de
no mediar la rápida intervención del personal acreditado- el condenado no
habría superado una crisis de la que ahora, aún sin saber si valía la pena que
lo movieran de donde estaba, empezaba a recuperarse.
Texto publicado en la revista Confluencia, de la University of Northern Colorado - Otoño 2012
De lo más humanista salvar a alguien para matarle.
ResponderEliminarCon ésto harían un gran episodio en la serie"House".
La vida tiene estas cosas. Y la muerte.
ResponderEliminarUn texto excelente.
Abrazo fuerte.
El deber es el deber. Me encanta la manera de ir hilando la vida y la muerte en este micro desde una aparente objetividad casi médica, diría yo.
ResponderEliminarUn saludo
Creo que con esta historia se puede ver las contradicciones tan grandes que los humanos nos hemos creado; tanto salvamos vidas como las aniquilamos, sin la menor dilación. Genial Pedro, como siempre.
ResponderEliminarUna abrazo
Marta López
Además si se hubiera muerto del infarto, a ver a quién leches habrían castigado. Imagínate, las ansias de venganza del estado, no satisfechas y por ahí sueltas...
ResponderEliminarAbrazos, Herrero.
A veces la vida, y hasta la muerte, es un sinsentido.
ResponderEliminarEncantado de leerte Pedro.
Un saludo.
Es un relato muy duro, Pedro. Me recuerda las ejecuciones aplazadas para después del parto; el pecado original, estigma para luego perdonarte; los intereses altos para quien no pueda pagarlos; en fin, el humor que nos rodea. Está muy bien escrito y usas un narrador que no se implica, no opina, solo narra la escena para que seamos nosotros los que decidamos meter o no la corriente. Enhorabuena por la publicación.
ResponderEliminarFalta de la más mínima previsión y una clara muestra de una inteligencia desarrollada con algún que otro inconveniente. De haberle dado el señor algunas luces, ese pobre hombre habría aplazado el infarto para después de la ejecución, dado que una vez estabilizado la ley no permite el doblete (lo que técnicamente se conoce como ejecutar al ejecutado).
ResponderEliminarUn abrazo y hágame el favor de comentarle al protagonista de su excelente relato (así lo creo) que otra vez que lo condenen se ponga en contacto un poco antes conmigo.
Suyo.
Leí este micro en el verano del 2012, Don Pedro, cuando salió publicado y me pareció una auténtica joya, de esas piezas que uno recuerda siempre. Destaco la delicadeza de la crítica profunda al sistema que ampara la pena capital y me alegra -sobremanera- que haya sido publicado en un medio de una universidad americana.
ResponderEliminarLe dejo aquí mis aplausos llenos de admiración.
Un abrazo.
Muchas gracias a todas y a todos por vuestros comentarios. Fernando Valls tuvo a bien pedirme textos para publicar en la revista Confluencia de la university of Northern Colorado. Fue un honor para mí y me satisface que el relato haya sido de vuestro agrado.
ResponderEliminarYo lo acabo de leer en la revista En Sentido Figurado. Me ha gustado mucho. Si acaso, un pero: creo que la historia (la idea, más bien) daba aún más juego. Pero es estupendo. Enhorabuena
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