Cuando se firmó la paz entre los dos países largamente enfrentados en una guerra cruenta y devastadora, sus habitantes conocieron una etapa de crecimiento que los llenó de esperanza. Todo volvió a ser normal, los ejércitos se recluyeron en sus cuarteles y se centraron en el mantenimiento de su capacidad operativa. Pero, con el paso del tiempo, se puso en evidencia un detalle singular: el número de medallas otorgadas a los soldados sufrió un descenso notable. Ya no había motivos para condecorar a nadie por actos de valor. Nadie ponía en peligro su vida por salvar la de los demás. Y en las recepciones castrenses, el alarde de insignias que los veteranos lucían con orgullo contrastaba con el pecho impoluto de los oficiales noveles. Así que se empezó a dar valor a otras cuestiones que hicieran a la tropa merecedora del blasón correspondiente. Se impusieron medallas a la neutralidad, a la contención, a la clemencia. Hubo incluso un alférez que fue condecorado por declararse en huelga de hambre para mediar en un problema vecinal. Por ello, cuando más adelante volvieron las hostilidades, los militares, instruidos para el caso, trataron de resolver el conflicto de forma civilizada.
Finalista mensual en el XIII concurso de la Microbiblioteca de Barberà del Vallès, noviembre 2023